Atienza de ayer a hoy.Historia pasada y presente. Correo.: gismeraatienza@gmail.com

viernes, 17 de noviembre de 2023

ATIENZA, Y SU CÁRCEL DE VILLA

 

ATIENZA, Y SU CÁRCEL DE VILLA

Hasta la década de 1930 la cárcel era un edificio más en la estructura municipal

    Si nos adentramos en las páginas de uno de esos libros oficiales que a día de hoy no dejan de causar cierta curiosidad: “Las cárceles de España”, de 1898, podemos encontrar una guía completa de las cárceles del reino. Al respecto de la del partido de Atienza, leemos que es de sistema de aglomeración con dos departamentos y doce calabozos pequeños que se utilizan para castigos e incomunicaciones y un patio de regulares dimensiones. El agua la compran los presos de su peculio particular. Alumbrado es de aceite común. Oficina y capilla. El edificio se halla situado en la plaza de la Constitución, se ignora la fecha en que fue construida, y solo puede decirse que fue reformado en el año 1876, y que antes de ser utilizado para cárcel sirvió de Pósito y carece de guardia para la vigilancia exterior.

 La cárcel primera

    La más antigua de las cárceles conocidas fue sin duda la del castillo, que fue prisión de Estado en el siglo XVI, albergando a huéspedes ilustres, y cabezas coronadas.

   La descripción que se nos hace en el libro de referencia es de la segunda que tuvo Atienza, y que fue posteriormente calabozo municipal. La cárcel se encontraba en un ángulo del edificio del actual Ayuntamiento, levantado a mediados del siglo XIX. Las paredes de la cárcel eran fronteras con el callejón que, delimitando el edificio, asciende hacía el castillo. Algunas de las dependencias principales tenían vista a la actual plaza de España, hoy ocupadas por el despacho de Farmacia.

   De los datos ofrecidos nos podemos informar que algunos de los gastos son cubiertos por los propios presos. Quienes podían hacerlo; puesto que entrar en la cárcel conllevaba una serie de costas para quien lo hacía, entre ellos la comida, la ropa o el agua.

   Para los presos carentes de recursos estaba el servicio judicial mediante el cual, y a través de la aportación obligatoria de cada una de las 54 poblaciones que pertenecían al partido, repartía entre estos y sus vecinos los gastos anuales. Cada pueblo, conforme al número de sus habitantes, estaba obligado a contribuir al sostenimiento con una determinada cantidad.

   Nos informa igualmente este anuario que la cárcel contaba con dependencias para el alcaide, y capilla. Capilla añadida en las obras del último tercio del siglo. Con la única finalidad de recibir en ella a quienes, a la mañana siguiente, se les aplicaría la última pena. Con el pasar del tiempo, sirvió para que los presos escuchasen la Santa Misa, para lo que fue designado, como capellán de la misma, uno de los clérigos que servían en la cercana iglesia de San Juan del Mercado con el salario anual, desde inicios del siglo XX, de mil pesetas.

   Por fortuna en Atienza no fue aplicada la última pena en demasiadas ocasiones, al menos no nos consta ejecuciones a lo largo del siglo XIX. Menos en el XX.

   Las ejecuciones en aquellos remotos tiempos tenían lugar, por regla general, en el patio de la cárcel. En casos excepcionales en el lugar en que se había cometido el delito. Y echando la mirada atrás, en el cerro “de la Horca”; de ahí su nombre.

 

Historias de la Villa de Atienza (Pulsando aquí)

 

 La cárcel primitiva

   La cárcel se había reconstruido en este lugar, al igual que el Ayuntamiento, después de que los franceses ocupasen la villa e incendiasen parte de ella junto a algunos edificios notables, como el del pósito, el del Concejo o la propia cárcel, en el mes de enero de 1811.

   Entonces la cárcel se encontraba igualmente anexa al edificio del Concejo. En la plaza de San Juan del Mercado, y a pesar de que fue reconstruida, al levantarse el nuevo edificio municipal en el solar ocupado por el antiguo pósito, se incorporó a este la cárcel, en edificio municipal que generaba algunos ingresos al municipio, puesto que entre los gastos anuales se incluía una partida por el alquiler, que cobraba el Ayuntamiento, por prorrateo, a las poblaciones de su jurisdicción.

   Eran tiempos de los que hablamos en torno a los años finales del siglo XIX, en los que se consideraba que el ingreso en la cárcel debía de ser para penar un delito. A pesar de que el paso por ella tenía un fin principal: la espera de juicio; el traslado a otra prisión o penal a efectos del cumplimiento de condena, o la estancia en ella durante algunos días como castigo por faltas leves que en ocasiones no llegaban si quiera al juzgado. También es cierto que entre la ejecución del delito y la condena efectiva no pasaba demasiado tiempo. En tres o cuatro meses se sustentaban los sumarios, y en poco menos de un año se juzgaban incluso los delitos más complejos.

   La vida de los presos era, como nos podemos imaginar, ciertamente dura, puesto que apenas salían de sus celdas, o de la sala en la que se encontraban; por turnos y unos pocos minutos, al pequeño patio que se encontraba frontero al Ayuntamiento. Pudiendo recibir, los más pudientes, y de poblaciones más cercanas, la visita de sus familiares que les llevaban la comida, ropa, o aquellas cosas que necesitasen, siendo de verdadera necesidad. Los considerados pobres tendrían que mantenerse con el “rancho” de la cárcel y, si precisaban ropas, con la caridad de algunas instituciones que anualmente la ofrecían.

   Dos o tres veces al año tenían una comida especial, coincidiendo generalmente con la Navidad y la Semana Santa, días en los que el alcaide de la cárcel comía con ellos.

   El 7 de marzo de 1873 el Ayuntamiento de Atienza, mediante el acuerdo llevado a cabo con los del partido y las autorizaciones correspondientes, procedió a la reforma y mejora de la cárcel en todos sus aspectos, siendo trasladados los presos, durante el periodo de obras, a los calabozos habilitados en el antiguo cuartel de la Guardia Civil, que entonces se encontraba en la calle de Cervantes, junto a la capilla de San Roque. Las obras se darán por concluidas en la primavera de 1874, regresando a ella sus antiguos huéspedes. Mineros de Hiendelaencina en su mayoría.

   Nuevas obras de adecuación, de cierta importancia, volverán a llevarse a cabo en 1904, sin que en los treinta años que median entre una y otra falten en los presupuestos algún tipo de arreglos.

   Nunca contó con una vigilancia especial, salvo casos excepcionales, teniendo por lo general para su atención al alcaide y un guardia. Posteriormente serían dos los guardias que la custodiaron. Por lo que las fugas resultaron habituales.

EL LIBRO, PULSANDO AQUÍ

 

 

La nueva prisión

   En 1908 se proyectaría la construcción de un nuevo edificio municipal destinado única y exclusivamente a cárcel del partido. Se levantaría en terreno municipal, en un ángulo de la entonces plaza de San Juan del Mercado. Las obras se iniciaron en 1909, dándose por concluidas en 1912, tras las correspondientes prórrogas presupuestarias y peticiones a los pueblos del entorno a fin de que abonasen las partes correspondientes. Los primeros presos llegaron a ella en 1915, año en el que definitivamente quedó clausurada la antigua.

   En este edificio, que posteriormente serviría para, entre otros usos, central telefónica u oficina de correos, estaría ubicada la cárcel de Atienza hasta el advenimiento de la Segunda República en 1931, en que las cárceles de partido fueron abolidas, reemplazándose por las provinciales.

   Memoria de unos edificios que nos hablan de un tiempo que, lo queramos o no, también existió.  Tiempo en el que, tener cárcel en la villa era prácticamente obligatorio y necesario. También, para fortuna de los tiempos, la mayoría de las cárceles de villa, que en sus tiempos fueron, son hoy centros dedicados a la cultura. Tal vez, la que en tiempos no tan remotos se echaba en falta.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la Memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 17 de noviembre de 2023

 

 

 ATIENZA, DE AYER A HOY. HISTORIA PASADA Y PRESENTE

 

 Atienza de la memoria (Pulsando aquí)

lunes, 6 de noviembre de 2023

EL ROSARIO DE FAROLES DE CRISTAL DE LA VIRGEN DE LOS DOLORES, DE ATIENZA

 

EL ROSARIO DE FAROLES DE CRISTAL DE LA VIRGEN DE LOS DOLORES, DE ATIENZA



La moda de los Rosarios de Cristal
   Tomo prestadas unas líneas de Blanca Isasi Isasmendi, investigadora al igual que lo hemos sido otras personas, en torno a los rosarios de cristal, o los rosarios de faroles, puestos de moda en una gran parte de España en el último tercio del siglo XIX: El rezo del rosario como  lo entendemos hoy no puede documentarse antes del siglo XII…

   Eso, en lo que se refiere al rezo en privado, iglesia o casa. Sin embargo en el siglo XVII comenzó a popularizarse otro tipo de rezo del rosario: el procesional. Que se extendió en los famosos “rosarios de la aurora”.



   Desfiles procesionales que solían acompañarse, dado las horas, con velas, antorchas o linternas que avanzado el tiempo comenzarían a convertirse en faroles con vidrieras de cristal coloreado, hasta llegar a hacer de ellos auténticas obras de arte.

   Estas obras, los rosarios de faroles de cristal, se popularizaron en Aragón, de donde pasaron a otros lugares. Zaragoza fue uno de los ejes para este tipo de obras, al tiempo que tendrá la dicha de llegar a construir uno, quizá el mayor y más artístico de los conocidos en España al día de hoy, comenzado a trazar a fines del siglo XIX.

   ¿Quiénes encargaban o costeaban estas obras? Evidentemente nos encontramos ante un icono religioso popular, es por ello que, al igual que otros iconos, sean imágenes procesionales u ornamentos extraordinarios para iglesias o capillas, quienes encargan o costean estas obras no son otros que las cofradías, las hermandades, los municipios por suscripción popular o aquellas personas que, alcanzado un notorio nivel económico y elevado estatus social lo quieren demostrar de manera exclusiva o agradecer, mediante el obsequio de semejante y permanente presente, una promesa a la iglesia, al patrón, la patrona, etc.… Es nuestro caso.

 LA VIRGEN DE LOS DOLORES, el Libro, pulsando aquí

El Rosario de Faroles de Atienza
   Fue el atencino Bruno Pascual Ruilópez, toda una vida dedicada a la política provincial a nivel nacional como diputado y senador, abogado y decano del Colegio de Notarios de Madrid, al par que académico de las más prestigiosas legislativas, quien regaló a Atienza, o mejor dicho, a la patrona de Atienza, la Virgen de los Dolores, una de esas obras exclusivas: El Rosario de Cristal, o de Faroles, que a través del tiempo y tras diferentes pasos por el taller de reparaciones, ha llegado a nuestros días. La historia íntegra del Rosario, y de la Imagen Patronal, llegada a Atienza en 1679, se traza con extensión en el libro que titulo: “La Virgen de los Dolores, Patrona de Atienza”. 




LAS SANTAS ESPINAS DE ATIENZA. El libro, pulsando aquí


   Llegó a Atienza, el Rosario de Faroles, en los primeros meses de 1910, y salió procesionalmente acompañando a la imagen de la Virgen de los Dolores, por vez primera, el 18 de marzo de ese mismo año.

   El Rosario atencino, como tantos otros, se construyó en Zaragoza. Las personas que llevaron a cabo la obra fueron León Quintana Bianchi y su hijo Rogelio Quintana Bellostas, continuadores del Taller Quintana fundado en la capital del Ebro que dio a la luz estas obras maestras de la vidriera artística. Ambos, padre e hijo, contaron con la colaboración para el diseño de los mismos, al igual que lo hicieron para otros llevados a cabo en la misma época, del arquitecto zaragozano Ricardo Magdalena.

   Todo comenzó, para los talleres Quintana y sus rosarios de cristal en 1889, después de que el Ayuntamiento de Zaragoza encargase a su arquitecto la realización de una de estas obras. De dicho taller saldría el zaragozano para desfilar procesionalmente el 12 de octubre de 1889 y crear una fama, y una moda, que se extendería por Aragón, una parte de Guadalajara, otra de Soria… El de Zaragoza quería ser réplica, y superar, a otro que por aquel entonces procesionaba en Calatayud, y al cual se tiene como origen de todos los demás.

   Tal fue el éxito obtenido, y la expectación generada en torno a aquel rosario zaragozano que a Talleres Quintana no le faltaría a partir de entonces el trabajo, llegando a salir de manos de la familia Quintana hasta 19 de estas obras, ya que recibieron encargos de diferentes puntos de España, incluso de Madrid, aunque el madrileño finalmente no llegaría a confeccionarse.

Talleres Quintana. La Meca del Rosario
   El taller fue fundado a mediados del siglo XIX por Dámaso Quintana, vidriero y hojalatero, para sacar de él pequeños faroles, como actividad principal, que serían colocados por aquella época en los balcones de los zaragozanos con motivo de las fiestas del Pilar, al tiempo que realizaban otro tipo de trabajos, siempre relacionados con la vidriería y la hojalatería relacionada con la iglesia, y la Semana Santa. Hijo de Dámaso fue León Quintana, quien desarrolló nuevas técnicas y cuyas manos serían el origen, junto a las de su hijo Rogelio, de la mayoría de los hoy conocidos.

   Aquel de Zaragoza dio pie a uno nuevo que fue encargado por la ciudad de Vitoria que con piezas muy similares al zaragozano salió por vez primera en aquella ciudad en 1895; con posterioridad saldrían de dichos talleres todos los que hoy conocemos, guardando ciertas similitudes, y que hoy podemos encontrar en Pamplona, Valladolid (1930), Castellón (1927), Agreda e Iruecha (Soria), Miranda de Ebro ... Y por supuesto, los de Atienza ,encargado en 1907 y concluido en 1909; el dicho de Sigüenza, encargado en 1926 y llegado a la ciudad en 1927, etc.

   Talleres Quintana que superó tiempos difíciles, entre ellos los de la Guerra civil, no pudo reponerse de un grave incendio que en 1958 arrasó sus instalaciones, y gran parte de su material y archivo.


 EL REAL CONVENTO DE SAN FRANCISCO EN ATIENZA. El libro, pulsando aquí


   El Rosario de Atienza, en origen compuesto por 67 piezas, no es de los mayores llevados a cabo por talleres Quintana, la mayoría de los rosarios conocidos supera el centenar de piezas. No por ello desmerece de todos los demás. Aquellos encargados por ayuntamientos, cofradías, catedrales, hermandades o costeados por suscripción popular.

   De lo que no cabe la menor duda es que el Rosario de Faroles de Cristal de Atienza es una de esas piezas de arte que pasan desapercibidas al visitante y son, al día de hoy, todo un tesoro por descubrir. Y si se descubre en esas funciones en las que por las calles medievales iluminan el paso de sus procesiones, miel sobre hojuelas.

   Dos veces al año salen: el de la festividad de la Patrona de Atienza, la Virgen de los Dolores; el Viernes Santo.

Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 17 de abril de 2017

ATIENZA: PASIÓN COFRADE EN TORNO A LA COFRADÍA DE NOBLES DE LA VERA CRUZ

 

ATIENZA: PASIÓN COFRADE
EN TORNO A LA COFRADÍA DE NOBLES DE LA VERA CRUZ


Tomás Gismera Velasco

   Puede que sea la villa de Atienza una de las poblaciones de la provincia de Guadalajara que contó, y cuenta, con mayor número de cofradías o hermandades. Antaño destinadas a mantener o proteger oficios y más tarde al engrandecimiento del culto de sus santos titulares en sus capillas e iglesias correspondientes.

   De cuantas se fundaron, cuyo número nunca llegaremos a conocer con precisión todavía quedan, al día de hoy, las suficientes como para hacernos idea de la importancia cofrade en la villa. Vinculadas en la actualidad a las iglesias de la Santísima Trinidad y San Juan del Mercado, en su práctica totalidad. Si bien en tiempos se distribuyeron a lo largo y ancho de la población, a través de su docena y pico de iglesias.

   La mayoría, de las iglesias, ha desaparecido. Pero en el recuerdo quedan la ilustre Cofradía de Santiago (el  nombre era mucho más ampuloso), perteneciente a la iglesia medieval de aquella advocación, igualmente desaparecida, y sufragánea del Monasterio de San Pedro de Arlanza, antes de pasar a la actual iglesia de la Santísima Trinidad.







   Igualmente en la desaparecida iglesia –actual ermita- de Santa María del Val, estuvo la sede de la Cofradía de San Crispín y San Crispiniano, patronos del gremio de zapateros quienes, curiosamente, celebraban sus oficios principales en el también desaparecido convento de San Francisco. Zapateros y curtidores con calle principal en la Atienza medieval, y donde eran conocidos con el cariñoso nombre de “los crispines”.

   En la iglesia de la Trinidad tuvieron cabida no menos de una docena de hermandades, entre ellas la de Santa Catalina, dedicado al culto de la santa, y a hacer obras de caridad entre los necesitados de la villa. Y, por supuesto, que en la mayoría de las iglesias atencinas hubo una hermandad o cofradía de las Benditas Ánimas del Purgatorio a fin de procurar que el paso de la vida a la muerte fuese, para quienes habían de darlo, más liviano. Quizá las más numerosas fueron las pertenecientes a las iglesias de San Gil, en este barrio; y de San Salvador, en el de Portacaballos.

   Por todos son conocidas las de la Santísima Trinidad o la del Santo Cristo que unida a la Virgen de los Dolores está dedicada al ensalzamiento del culto de los patronos de la villa; sin olvidar una de las más “jóvenes”, por definirla de alguna manera, a pesar de sus más de cien años de historia, la Cofradía de las Santas Espinas de Nuestro Señor, fundada en 1849 en la iglesia de la Santísima Trinidad cuando en esta iglesia comenzó a darse culto a la sagrada reliquia que, cuenta la tradición, llegó a Atienza procedente de la corona de Espinas de la Pasión de Jesús. Sin olvidarnos de la que fundaron los clérigos y abades bajo el patronazgo de San Lucas: el no menos famoso y peculiar Cabildo de Clérigos de Atienza.

   Hablar de todas y cada una de ellas sería tarea interminable, no obstante, hay una que por sus características llama la atención: La Noble Cofradía de la Vera Cruz, que en la actualidad se ocupa de algunos de los cultos de la Semana Santa atencina. Mermada, por supuesto, en sus funciones.

   No estaría de más decir que Atienza, al igual que otras ciudades, tuvo sus “linajes” de nobles. Y tampoco sería descabellada la idea de enlazar estos “linajes” con los doce sorianos, puesto que muchos de los apellidos nobiliarios que en Atienza fueron procedían de aquella tierra, entre los que podría citarse a los Bravo de Laguna, los Vigil, Quiñones, Ortega o los Elgueta, mientras que algunos otros llegaron desde tierras alcarreñas, como los Serantes. Apellidos todos ellos que encontramos en la cofradía de nobles de Santiago de los Caballeros. Cofradía nobiliaria cuyo servicio les permitía pasar posteriormente a ser caballeros de la Orden nobiliaria del mismo título.

   Tienen, algunas de las cofradías de nobles que nos han llegado, su origen en la segunda mitad del siglo XVI, favorecidas por una Real Cédula de Felipe II fechada el 6 de septiembre de 1572, y que nos extracta A. Sobaler Seco (La Cofradía de Nobles de Santiago de Soria), dándonos cuenta de la orden del rey para que: 

   “Los caballeros y hombres principales y de calidad, fundasen o constituyesen entre sí alguna cofradía o compañía o orden bajo la advocación de algún santo, con ordenanzas, condiciones y capítulos…”

   Y que ordenasen, en días señalados, justas, torneos, juegos de cañas o ejercicios militares, y en los mismos lugares, para procurar que la nobleza de caballeros del reino fuesen instruidos.

   Y nos dice nuestra autora:
   “Con ese fin se encargó a los corregidores que reunieran sus ayuntamientos convocando a otros caballeros para tratar sobre ello y analizar las posibilidades y medios con que las ciudades y la Corona podían contribuir a la fundación y su mantenimiento”.

   Al respecto, y en el mismo sentido, escribe Ramón de Ascanio, uno de los principales estudiosos en torno a las cofradías nobiliarias surgidas en la España del siglo XVI:

   “Es indudable que la inactividad producida por los periodos de paz, debió de haberse acentuado en el último tercio del siglo XVI… corregir tales deficiencias fueron las razones que movieron a Felipe II a dirigir la Real Cédula de 6 de septiembre de 1572 a los Cabildos de las ciudades, previas las oportunas consultas que sobre la formación de hermandades de hijosdalgos se hicieron a los grandes y señores de vasallos…”

   Y de esta manera surgió en Atienza, a través del ordenamiento de los sucesivos corregidores la primitiva Cofradía Nobiliaria de la Vera Cruz que, con el pasar del tiempo, ha derivado en la que hoy conocemos, destinada a colaborar en el culto de los actos de la Semana Santa atencina.

   Tiempos hubo en los que, para ingresar en la Orden Nobiliaria de Caballeros de Calatrava, los hijos de Atienza tenían que pasar por esta Hermandad de la Vera Cruz y, por supuesto, servir en ella todos los cargos.











   Que dicho de otra manera, Atienza, en su tiempo, tan puntera fue en algunos aspectos que contó con las dos únicas cofradías que en la provincia permitían el acceso a las órdenes militares más representativas: Santiago y Calatrava.

   En la actualidad la Cofradía de la Vera Cruz está compuesta por doce “caballeros”, que acuden a todos y cada uno de los actos más representativos de la Semana Santa villariega. Una Semana Santa tradicional y, ante todo, castellana. De rigurosa capa y austero silencio. De ingreso infantil que acompaña hasta los últimos días, ya que es la única que en sus filas admite a pequeñas criaturas: “ángeles del Señor”, que acompañan al Cristo Yacente a su temporal sepulcro. Acto, el de los ángeles, único en la provincia: Cada cofrade puede ir acompañado de un “angelito”. Cada uno de estos “angelitos” porta un emblema de la crucifixión.

   En la actualidad la Semana Santa es, en muchos casos, espectáculo. Un espectáculo cofrade con sonido de clarines y trompetas. Yo invito a darnos una vuelta por nuestra Semana Santa provincial; esa que se vive en cada uno de nuestros pueblos con sonido, en algunas ocasiones de dulzaina y que, por supuesto, nada tiene que ver con la andaluza de palmas y carreras de una a otra calle para contemplar los pasos peregrinos.

   Observar el paso de las procesiones atencinas en el silencio y oscuridad de la noche descendiendo por las estrechas callejuelas tiene su encanto; y contemplar la impresionante y sencilla procesión del silencio, con el Cristo Yacente rodeado de estandartes, angelitos infantiles y faroles de colores con la estampa del castillo cubriendo las espaldas, no tiene precio. Después, que tradición es en la Castilla de siempre, limonadas, bacalao, huevos verdes y torrijas.

   Añadir, por último, sobre la cofradía de la Vera Cruz, que desde su fundación, en aquellos finales años del siglo XVI hasta bien avanzado el XVIII, estuvo vinculada, principalmente a la familia Serantes, mientras que la de Santiago –la otra de nobles- lo fue a la de los Elgueta Vigil.

   Por supuesto que para ingresar en ella había que mostrar la carta ejecutoria de hidalguía y, claro está, demostrar la limpieza de sangre. Que la sangre, tiempos hubo, había de estar convenientemente fregoteada y limpia de toda mácula.

JUAN BRAVO Entre Atienza y Villalar

 

JUAN BRAVO
Entre Atienza y Villalar




Tomás Gismera Velasco

El libro, pulsando aquí
¡Qué días más duros, los de Villalar!

  Un cielo gris de plomo se cernía la mañana del 24 de abril de 1521 sobre los campos de Castilla, y los de Valladolid, y los de Villalar, y ensombrecía los de Atienza cuando estaba a punto de cumplirse la venganza de quienes vencen una guerra. Porque la victoria en la guerra, sin venganza, no es victoria. Siempre ha sucedido desde que el hombre es hombre y mundo el mundo, y continuará sucediendo hasta que deje de serlo.

   Olía, todavía, a tierra mojada. Aquel día ni la tierra la agradecía ni los campos la pidieron. En ellos, en el embarrado camino de la gloria y la muerte, quedaron los cañones de los perdedores. ¿Cabía mayor razón para imaginar que Dios Nuestro Señor estaba del lado de…?

   La hora era la del final. El comienzo estuvo muy lejos de allí; de aquellos barros que llegaban en Villalar hasta las rodillas y que no impidieron que en su plaza, a gloria de Dios Señor nuestro, se levantase un patíbulo, con prisas y ejemplar. Para que Castilla, y los castellanos alborotadores, supiesen que en Castilla, desde hacía no mucho, pero en Castilla, gobernaban esas gentes cuyos nombres tan espinoso resultaba repetir puesto que llegaban de allende las fronteras. De tierras que, por estar tan a desmano, nunca se pudo imaginar la gente de Soria, de Berlanga, de Sigüenza o de Atienza, que uno de los suyos fuese a ser aquel 24 de abril, el primero en perder la cabeza.


El Castillo de Atienza. Lugar de Nacimiento de Juan Bravo


   La estampa del impresionante castillo de Atienza. La Torre de los Infantes, lo había visto nacer, si es que, salvada sea la licencia, las piedras y las torres y los horizontes que se pierden más allá de lo que alcanzan nuestros ojos, pueden ver.

   Allí, entre los muros de la fortaleza de Atienza nació Juan Bravo de Mendoza poco después de que su padre llegase acompañando al alcaide del castillo, su hermano Garci. ¡Qué historia, y qué sucesos los de aquellos tiempos en los que se batallaba por un palmo más de tierra para gloria real, y del apellido!

   Los Bravo de Laguna procedían de tierras de Soria, pasaron a Sigüenza y en Sigüenza recibieron la orden de la conquista del castillo de Atienza, que lo hicieron, a escala. Conquistaron el castillo, sin sangre, dice la historia, para la reina Isabel. Su Alteza los nombró a perpetuidad alcaides de la fortaleza en un tiempo en el que la vida y la muerte rodaban sin la pesadez de la rueda de un carretón atascado en el barro…


La rendición de los Comuneros. Manuel Pícolo


   En la Torre de los Infantes del castillo de Atienza, cuando Atienza era parte importante del reino y dominaban sus torres una parte de la vieja Castilla, por Soria; y otra de la nueva castellanía, por Guadalajara. Corría el año de 1484 u 83… Su padre, don Gonzalo, heredó de su hermano, don García, la alcaidía del castillo, que no pudo regir. Don García murió, como héroe, en la rota de Gibraltaro, sus restos, en procesión dolente, llegaron a Atienza mucho tiempo después, para reposar a la eternidad. En 1494: “Aquí yacen los restos del muy alto y noble caballero…” rezaba su lauda sepulcral en el convento de San Francisco; junto a los de su yerno, Diego López de Medrano, y su mujer, y sus hijas…

   Los de su hermano, el nuevo alcaide, tomaron el camino de Berlanga, su origen: “Aquí yacen los restos del muy noble caballero don Gonzalo Bravo de Laguna, alcaide que fue de Atienza, y que murió en Córdoba, en el mes de agosto…”  Reza su lauda en la Colegiata de Berlanga.

   La muerte del padre daba la alcaidía del castillo al heredero, Juan Bravo de Mendoza. Demasiado joven para ostentar un cargo de tamaña responsabilidad. La reina, en pago de servicios, acogió en su corte a toda la familia; a los Medrano, a los Bravo de Laguna; a Juan, a Catalina, a Magdalena, a Gonzalo…

   Y a la viuda de don Gonzalo la volvieron a casar y tomó el camino de Burgos en pos del malnacido García Sarmiento. Sin olvidar que en Atienza dejaban casas, tierras y salinas.

 
Antonio Gisbert. La ejecución de los Comuneros

   La vida, que es como el río que discurre plácido en tiempo de bonanza, y alborotado cuando los deshielos de las cumbres colman sus cauces, llevó a Juan Bravo a servir a su católica alteza; y a contraer un primer matrimonio con Catalina del Río, y un segundo con María Coronel. Una y otra, de la burguesía segoviana que empapó su sangre con la de las culturas que aquella tierra pisaron, judíos, moros y cristianos. Cuando de Gante llegó un nuevo rey que impuso sus leyes, y a sus hombres. Y aquellos segundones de casas nobles quedaban relegados al olvido y fundaron la “confederación de caballeros comuneros”, que los llevó a pedir a la reina cautiva, Juana I de Castilla que, por Castilla, que por ellos también, tomase las riendas del reino. Y la reina Juana, a quien el mundo consideró loca, respetando la voluntad del hijo se negó a  tomarlas.

   Se alzaron las ciudades al grito de los comuneros: ¡Por Santiago!, y de sus tres capitanes más señalados, Padilla, Maldonado y nuestro don Juan Bravo de Mendoza, y llegaron a Villalar el 23 de abril que, sin pretenderlo, se convirtió en historia. En medio de la lluvia. La batalla contada tantas veces.

Iglesia de San Félix de Muñoveros (Segovia), donde se cree se encuentran los restos de Juan Bravo


   A la mañana siguiente, delante de la nobleza y el pueblo, para ejemplo de propios y extraños, los tres capitanes perdedores fueron decapitados. Sus cuerpos sepultados; sus cabezas expuestas en la picota; como si fuesen ladrones al uso…

   Y continúa aquella historia que abría nuestro relato:

   El recuerdo último de lo ocurrido se me va al momento en que Gonzalo tocó a las puertas y me quiero imaginar que en la casa todos entendieron que algo grave pasó. Traía los ojos encendidos, la frente sudorosa a pesar de que no apretase la calor; pegado el polvo a las barbas. El jubón con sangre seca y el caballo rendido por el cansancio de una o dos jornadas de galope sin apenas tenerse. Mi señora, con la cara sombría de quien aguarda noticias que se resisten. Gonzalo, hincado de rodillas.

   -Todo es perdido señora…

   En aquél todo es perdido, se tenía que entender que perdido era el movimiento que llevó al alzamiento en busca de no perder unos derechos que trataban de arrancar quienes de fuera llegaban a imponer leyes y costumbres a los castellanos viejos como vos lo erais, desde la primera hasta la última gota de sangre. Pero había más en aquella expresión de dolor, tras ella se encontraba la muerte.

   -Mi señor don Juan, señora…

   Con el alma en un suspiró lo miró, temiendo escuchar lo que vendría. Vuestro hermano, Gonzalo, el licenciado Bravo, gacha la cabeza, asintiendo a la evidencia que dicta el corazón.

   Prisa se dieron en degollaros. Confirmándonos que los vencedores cuando vencen no buscan justicia, sino venganza; cuando quienes os alzasteis contra la injusticia no buscabais la gracia del invasor, sino el respeto a los derechos y fueros. Parece que me suenan las palabras que dejasteis al marchar, tratando de dar cuenta de lo que os hacía organizar la confederación de caballeros:

   -… promover y conservar la libertad y sostener con todas las fuerzas los derechos del pueblo contra los desafueros, y socorrer a los hombres menesterosos…

   Nunca admití, mientras corríamos Castilla, que nos llamasen traidores. Porque vuestros apellidos los míos son, los Bravo, los Laguna, los Medrano, los Velasco, los Mendoza o Monteagudo, los que fueron antes que nos, defendiendo la causa castellana desde más allá de Soria y sus doce linajes de los que siempre fuimos. Gonzalo contó vuestra valentía. Ese mirar al verdugo de frente. 

Villalar. Obelisco en memoria de los Comuneros


   Me suena todavía la sentencia: y en pena los condenaban e condenaron a pena de muerte natural e a la confiscación de sus bienes y oficios para la cámara de sus majestades, como traidores…  Traidores, cuando fuisteis luchadores. Los bienes para la cámara de su majestad… El obispo de Oviedo se apresuró a pedir su parte, y el Condestable la suya…

   Mi señora movió a Segovia para que allá te nos llevasen, y los segovianos de corazón se movieron a traeros y sacar los huesos del Villalar en el que estaban, junto a Padilla y Maldonado, y te nos trajeron a Segovia. A los hombros por las calles os entraron y todos os seguimos y fue de ver cómo las gentes salieron a las calles, en silencio, tras el cortejo camino de la Santa Cruz en la Fuencisla, hasta que de nuevo el arrogante ganador mandó sacarte de allí a seguir camino a Muñoveros. Allá quedaron tus huesos,  a la puerta de la iglesia, que luego de darte tierra en suelo sacro nos salieron a decir que no correspondía el lugar por no morir cristiano. A vos, que os quitaron la vida por defender a los buenos cristianos de esta tierra. Aquél día, vísperas de muerte, sacudía la lluvia y se atascaba la artillería en el barro, y ese día, el que te dábamos sepultura a las puertas de la iglesia de Muñoveros, la lluvia os despedía y nos cubría cual si los cielos llorasen el desconsuelo de la falta.

   Por algún lugar de esa Segovia que salió a recibiros como a héroe para llevaros a la tumba, y os acompañó a Villalar en pro de la victoria, debió de esconderse aquel Alonso Ruiz que os prendió y llevó al Condestable como botín de guerra reclamando la parte que por teneros le correspondió. Dicen que el Alonso se quedó el sayón de terciopelo negro, y el coselete, y dicen que el verdugo, antes de quitaros la vida, reclamó lo que quedaba, que falta no os iba a hacer al otro mundo. Despojando, como despojaban a Castilla. 

Segovia. Monumento a Juan Bravo ante la iglesia de San Martín


   Hoy, viendo partir al rey emperador camino de enterrarse en vida, vuelvo a sentiros. Ha templado la mañana y, en el recuerdo, queda aquella jornada en la que perdimos la esperanza y ganamos la fuerza por mantenernos en la lucha, aún desbaratada la tropa en el campo de batalla que se tragó, entre el barro, la sangre de quienes batallaron hasta lo último de sus fuerzas. Abonando con su sangre el roble que ve crecer Castilla. El roble de cuyas ramas han de flamear los pendones de quienes batallaron y que, lejos de morir, más vivos son que nunca. Vuestra muerte dio la vida a Castilla.

   Hoy os recuerdo, como tantos otros días en los que noté vuestra ausencia. Preguntándome qué fue de aquella Castilla que se rompió con el final de la batalla; qué fue de aquella Atienza de vuestra nacencia; qué de las tierras de Soria y Guadalajara que os vieron niño... Mi señor…, vuestro pendón, ese pendón que encabezó a los hombres y os guió al Villalar de la muerte, está más vivo que nunca en la memoria. Hoy, vuestros pendones son los de Castilla. Y allá me hubieseis visto cuando el rey que os mandó a la muerte, camino de Yuste para enterrarse en vida, salía de Valladolid camino de Valdestillas y Medina, mostrándole nuestras divisas; las de los Bravo, los Laguna, los Medrano, los Velasco, los Mendoza o Monteagudo. Alguien se fijó en ellas.

Portada del libro: Juan Bravo entre Atienza y Villalar
   -Son las armas del capitán Juan Bravo –escuché.

   -Mi señor fue –le repliqué.

   Y tanto como a las de la Majestad del rey emperador las encumbraron.
  
   Seguro que, cuando a Atienza llegó la noticia de su muerte, alguien derramó, al menos, una lágrima.

Juan Bravo de Mendoza, o de Laguna, nació en Atienza (Guadalajara), hacía 1483, hijo de Gonzalo Bravo de Laguna y de María de Mendoza y Zúñiga.
Se casó en Segovia, por vez primera en 1504 con Catalina del Río, con la que tuvo tres hijos, Gonzalo, Luis y María.
Muerta Catalina contrajo un segundo matrimonio con María Coronel, sobrina de Catalina, en 1519, con quien tuvo dos hijos más, Juan y Andrea.
Fue uno de los principales capitanes de las tropas comuneras alzadas contra Carlos I, por lo que fue condenado a muerte en Villalar (Valladolid) el 24 de abril de 1521, y a perder todos sus bienes.
Su hermano, Gonzalo Bravo de Lagunas, “el Licenciado Bravo”, nacido en Atienza en 1484 u 85, juzgado como “alcalde de las comunidades”, fue igualmente condenado a perder todos sus bienes.

Del Libro: “Juan Bravo. Entre Atienza y Villalar”.

BALTASAR DE ELGUETA Y EL CRISTO DEL PERDÓN DE ATIENZA (I)

 

BALTASAR DE ELGUETA Y EL CRISTO DEL PERDÓN DE ATIENZA (I)
Don Baltasar estuvo a cargo de las obras del Palacio de Oriente, de Madrid

Tomás Gismera Velasco


  Muchos son los ojos que se han fijado en el ya más que famoso Santo Cristo del Perdón, de Luis Salvador Carmona, que presidió la capilla del Hospital de Santa Ana, de Atienza; ocupa un espacio importante en la iglesia Museo de la Santísima Trinidad y en estos días se le puede admirar en Cuéllar (Segovia), dentro de la exposición sobre las Edades del Hombre. Pero muy pocas son las personas que, lejos de la villa de Atienza, conocen su origen; conocen que hasta Atienza lo llevó don Baltasar de Elgueta como albacea testamentario de quien fuese cerera de la reina Isabel de Farnesio, doña Ana Hernando.

  Baltasar de Elgueta Vigil nació en Atienza en los comienzos del año 1689, en una de esas grandes casonas que ornamentan la hoy calle de Cervantes, anteriormente de la Zapatería, siendo bautizado en la iglesia de la Santísima Trinidad el 9 de enero. 

   Contaba con apenas seis años cuando falleció su padre, del mismo nombre, haciéndose cargo de él su tío Gaspar, residente en la Corte y militar de profesión. A los 15 años, y de la mano de su tío, ingresó en la Guardia de Corp. Vivió los largos avatares de la Guerra de Sucesión que llevó al trono a Felipe V de Borbón. Distinguiéndose en el cuerpo, ya que su ascenso militar fue fulminante. Tampoco queda  la menor duda de  que fue un gran entendido en arte, y tal vez en arquitectura, ya que en muchas de las referencias que sobre él pueden encontrarse se le cita como arquitecto. Todos sus hermanos varones llegaron a inscribir su nombre en las páginas de la historia de España. Antonio hizo carrera en Murcia y su nombre figura, entre otras obras, en las de su catedral; al lado de los Salzillo o como titular de la primera obra que recoge el vocabulario murciano.

Nueva Alcarria, Viernes, 12 de mayo de 2017

   Pedro de Elgueta fue el innovador de las reales salinas de Imón y de la Olmeda, debiéndose a él la construcción de los nuevos y grandes almacenes que han llegado, aunque ruinosos, a nuestros días; y José cruzó al Nuevo Continente para ser uno de los grandes hombres en la fundación y corregimiento de ciudades como Nueva Concepción, en Chile. Hermanos de un anterior matrimonio de su padre, enterrado en la iglesia de San Juan del Mercado, de Atienza, dejaron su huella en Sigüenza, y en la provincia de Soria.
   Sin embargo, al contrario que sus hermanos, tuvo don Baltasar una mayor relación con su villa natal, población que visitaba con frecuencia, al menos hasta la década de 1730.  E incluso en 1725 fue prioste de la Cofradía de Hidalgos de Santiago, en la villa, sirviendo en años sucesivos el resto de cargos: hermano consiliario y alcalde de la Hermandad; paso previo a solicitar su ingreso como Caballero de la Orden de Santiago;  en 1732 fue nombrado Comendador de Bétera, encomienda que dejaría en 1735 para tomar la de Museros, desempeñándola hasta su muerte.

   Ya estaba por esos años en obras el nuevo Palacio Real de Madrid, después de que un incendio redujese a escombros el viejo alcázar en la noche del 24 de diciembre de 1734. Las obras del nuevo palacio se habían encargado al arquitecto Filippo Juvara, quien falleció en 1736, tras haber elaborado apenas el proyecto del gran edificio que hoy conocemos, reanudándolo su discípulo Giovanni Battista Sachetti. En 1737 estaba elaborado el proyecto; el 6 de abril de 1738 se colocó la primera piedra; en 1742 estaban concluidos los sótanos y la edificación alcanzaba al patio de la armería y en 1752 comenzaba a techarse. 

Baltasar de Elgueta fue intendente de obras del Palacio Real de Madrid

   Se dice que en aquella primera piedra están grabados los nombres de las personas que hasta ese momento habían participado en los proyectos, y entre aquellos nombres figura el del atencino Baltasar de Elgueta.

   Dentro de aquel infinito mundo de obreros, maestros de obras, e incluso arquitectos de todo tipo que habían de ocuparse de las distintas estancias, decoración, patios o jardines, ocupó don Baltasar de Elgueta un papel principal. El 21 de junio de 1742 fue nombrado Intendente General de Obras, cargo que desempeñaba con anterioridad de forma interina, actuando en la mayoría de los casos como intermediario entre el rey y los arquitectos, o entre el ministro Carvajal y aquellos;  siendo su toma de decisiones  concluyente a la hora de ejecutar nuevos añadidos o valorar las obras realizadas o, como algunos autores nos dicen, siendo: el enlace directo entre los artistas y el despacho del Monarca, así como el encargado de la admisión y despido del personal.

   Encontramos a don Baltasar en los primeros meses de 1743, dirigiéndose a todos los corregidores del reino a fin de que le presentasen a los mejores escultores, cumpliendo la orden del rey. En la carta que todos aquellos recibieron se les decía que: “se ynforme…si en la Corte o en alguna ciudad del Reyno se conocen por experiencia práctica algunos oficiales de escoltura capazes de encargarse de alguna parte de esta obra…”

Casa natal de Baltasar de Elgueta, en Atienza

   Es de esta manera como don Baltasar de Elgueta entabla relación con los más prestigiosos escultores de la época, atrayéndolos a Madrid; otros, como Francisco Salzillo, recomendado por su hermano Antonio, rechazarán la llamada, si bien serán los menos. Del mismo modo que salvo tres provincias, Guadalajara, Palencia y Zamora, que no recomenzaron a nadie, el resto comenzaron a responder a los diez días, con largueza de nombres y proyectos.

   No nos detendremos en la inmensa mayoría, sí en Luis Salvador Carmona, a quien recibió don Baltasar, después de conocer su obra, como uno de sus protegidos, llevando a cabo la ejecución de alguna de las esculturas de reyes que se situaron sobre la balaustrada cimera de palacio, antes de que el rey Carlos III ordenase su retirada, por temor a su derrumbe; o por un mal sueño de la reina, según quienes. 

   La orden del rey fue comunicada a Elgueta por el marqués de Esquilache el 8 de septiembre de 1760 en estos términos: El Rey manda que se quiten del nuevo Real Palacio todas las estatuas que están en la circunferencia de sus cuatro fachadas, tanto sobre la cornisa superior de su fábrica como las del medio de ella y que se depositen y guarden por ahora en las piezas inferiores del mismo palacio que parecieran a VS más a propósito para el intento en el interin que SM  delibera situarlas en otro paraje más decente.

AñadirSanta Ana aleccionando a la Virgen, del taller de Salvador Carmona, en el Hospital de Atienza leyenda


   Obra de don Baltasar fue, igualmente, el proyecto de los caminos del agua del Amaniel, que abastecían a Palacio; la decoración de la capilla; el encargo de la escalera de honor, e incluso la elección de los mármoles, enviando en 1758 al escultor Fernando Ortiz a recorrer las canteras andaluzas en busca de las mejores piezas, con la desesperación real ante la tardanza en ejecutarse alguna de las obras, por la indecisión de don Baltasar sobre cuales elegir.

   Don Baltasar no conocería la finalización de las obras de Palacio, consta que vivió en él, ocupando algunas dependencias en los sótanos a pesar de tener su residencia particular en las cercanías, en la calle de Segovia, junto a su mujer, Teresa de Coscojuela y Chavarria y, al menos, una hija de igual nombre que la madre; no obstante, con anterioridad a su fallecimiento ya se había fundado la Escuela de Escultores, de cuya institución tomó parte, siendo uno de los principales impulsores, como también, junto al ministro Carvajal, sería uno de los primeros promotores para la fundación de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, fundación llevada a cabo en 1752 en la Casa de la Panadería de la Plaza Mayor de Madrid, donde se ubicó hasta su posterior establecimiento en la calle de Alcalá, en el palacio de Juan de Goyeneche; siendo don Baltasar su primer Viceprotector y actuando a modo de Rector o Presidente en ausencia del ministro Carvajal, a quien se concedió el cargo y delegando este en nuestro paisano “para que la gobierne con las mismas facultades en mi ausencia”.

   En la Academia de Bellas Artes, y en las obras de escultura de Palacio, como anteriormente decíamos, introdujo don Baltasar de Elgueta a personajes como Salvador Carmona o Ventura Rodríguez.  

   Del mismo modo que don Baltasar se introdujo en las obras del Hospital de Santa Ana de Atienza como albacea testamentario de doña Ana Hernando, cerera de la reina Isabel de Farnesio.

En: Nueva Alcarria. Guadalajara, 12 de mayo de 2017